sábado, 5 de febrero de 2011

El Imam Ar-Ridâ (a.s.)

 
El Imam ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.) fue uno de los tesoros del conocimiento y la sapiencia en lo relacionado a sus facultades y gran genio. Fue uno de los soles e Imames de la Recta Guía, los que exhortan a la reforma social en el mundo del Islam. Emuló a Su abuelo el Mensajero de Dios (s.a.w.) y a sus padres, los excelentes Imames (a.s.), en lo referente a las elevadas pautas de moral y la sublimidad del sí mismo. Fue una imagen resplandeciente de sus personas en todos los órdenes de la vida. Se encaminó hacia Dios, Glorificado Sea, y se despojó completamente de las inclinaciones materiales que conllevan la ruina.
A continuación exponemos lo que se transmitió de él (a.s.) con relación a estimular las más excelentes virtudes; luego mencionaremos sus elevadas pautas de moral, las cuales son un reflejo de la moral de su abuelo el Mensajero de Dios (s.a.w.).

Las más elevadas virtudes

El Imam Ar-Ridâ (a.s.) encomendó seguir las elevadas pautas de moral e investirse de las mismas, puesto que alguien es acreedor al calificativo de ser humano, así como al de califa o vicario de Dios en la Tierra, no por su aspecto, su comida, su bebida o algún otro disfrute de la vida mundanal, sino por los nobles valores y los elevados ideales que porta. El Imam Ar-Ridâ (a.s.) nos señala ello en las siguientes reseñas:

1- La humildad

La humildad es una de las grandes cualidades con las que la persona se ennoblece. El Imam (a.s.) expuso ello diciendo:
“La humildad es que brindes a la gente lo que deseas que se te brinde”.[1]
Estas palabras del Imam (a.s.) reflejan la realidad de la humildad, que es que la persona honre y pondere a la gente tal como desearía que se le tratara a ella.
El Imam (a.s.) le escribió a Muhammad Ibn Sinân una carta en la cual se refiere a las formas de humildad. Dijo (a.s.):
“La humildad posee niveles: entre los mismos está que la persona conozca el valor de sí misma y mediante un corazón íntegro se brinde su lugar; que no quiera tratar a otra persona sino igual que se le trata a ella; y si es que ocasiona un mal lo repela mediante la buena acción, contenga su enfado y sea indulgente con la gente. Ciertamente que Dios ama a los benevolentes”.[2]
Este tipo de humildad es un indicio de la nobleza de la persona y de la sublimidad y perfeccionamiento del alma, siendo una cualidad de aquellas personas excepcionales que alcanzaron la cima de la nobleza y la perfección.

2- Las mejores personas

El Imam (a.s.) se ha referido a las mejores y más nobles personas sobre las cuales dijo: “Quienes cuando hacen el bien se alegran y cuando cometen algún mal piden perdón; cuando les es dado agradecen y cuando son afligidos son perseverantes, y que cuando se enfadan son indulgentes”.[3]
En verdad que quienes se hacen de estos nobles atributos son de entre las mejores y las más nobles y notables personas.

3- Sonreír frente al creyente

Entre las nobles cualidades morales que encomendó el Imam (a.s.) está el sonreír frente al creyente. Dijo (a.s.):
“Cuando alguien le sonríe a su hermano el creyente Dios le registra una buena acción, y aquel a quien se le registra la buena acción no será castigado por Dios”.[4]

4- Ser afectuoso con la gente

El Imam (a.s.) incentivaba a ser afectuoso con las personas puesto que ello promueve un sólido vínculo entre los musulmanes. Dijo (a.s.):
“El afecto hacia la gente conforma la mitad del intelecto”.[5]

5- El trato igualitario en el Islam

El Imam (a.s.) encomendó a sus compañeros brindar un trato igualitario al saludar tanto a un rico como a un pobre, diciendo:
“Quien se encuentra a un musulmán pobre y le saluda de manera diferente a como lo hace con un rico, encontrará a Dios, Imponente y Majestuoso, estando enfadado con él”.[6]
Los Imames de Ahl-ul Bait (a.s.) son los líderes y protectores del Islam, quienes reflejan su realidad y esencia, siendo parte del mismo el trato justo e igualitario entre todos los musulmanes, sin ningún tipo de distinción, más que en base al temor a Dios.

6- Lo mejor del intelecto

El Imam (a.s.) se refirió a lo mejor que puede discurrir el intelecto. Dijo:
“Lo mejor del intelecto es que el ser humano se conozca a sí mismo”.[7]
Entre las elevadas pautas de moral del ser humano e indicio de la madurez de su pensamiento, está que se conozca a sí mismo y cómo el alma emplea los sorprendentes sistemas del intelecto, el oído, la vista y los mecanismos esenciales que la configuran. Se narró que:
“Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”.
El que el ser humano se conozca a sí mismo le aleja de los pecados en la vida, le impide realizar el mal y le encamina hacia lo que es más recto.

7- La reflexión en lo relacionado a Dios, Glorificado Sea

La integridad de la fe se encuentra en la reflexión en lo relacionado a Dios, Glorificado Sea. A este respecto el Imam (a.s.) dijo:
“La adoración no está en lo numeroso de los rezos y ayunos, sino en lo profuso de la reflexión en lo relacionado a Dios, Imponente y Majestuoso”.[8]
Reflexionar en las criaturas de Dios, Glorificado Sea, pensar en los portentos de Su creación y contemplar los secretos y maravillas que contiene el cosmos, corrobora la grandeza del Majestuoso Creador. Si es que el ser humano cree en la existencia de su Señor sus virtudes morales se perfeccionan y se aleja de todo pecado y mal.

8- Evaluarse a sí mismo

El Imam (a.s.) exhortó a que el ser humano se evalúe a sí mismo y observe sus acciones, de manera que si éstas son buenas las incremente y si son malas las deje de lado y se arrepienta. Dijo (a.s.):
“Quien se evalúa a sí mismo gana y quien es negligente consigo mismo pierde”.[9]
Evaluarse a sí mismo y reconocer el bien y el mal que se realiza forman parte de las más excelentes virtudes, de manera que quien lo realiza gana y quien es desatento respecto a su alma, ésta le arroja a un nivel vil en el que no encontrará serenidad.

9- La integridad del intelecto

El Imam (a.s.) se refirió a la integridad y perfección del intelecto de la siguiente manera:
“El intelecto del ser humano no es completo hasta que posee diez virtudes: que se espere lo bueno de él; que se esté a salvo de su mal; que considere mucho el poco bien de los demás, y considere poco el abundante bien de sí mismo; que no se fastidie de que se le pida por necesidades; que no se hastíe de procurar el conocimiento por toda la vida; que prefiera necesitar de Dios a la autosuficiencia; que prefiera la humildad por Dios a la grandeza, siéndole hostil, y que prefiera la falta de notoriedad a la fama”.
Luego él mismo dijo: “¿Y cuál es la décima?”.
Se le dijo: “¿Cuál es?”
Dijo (a.s.): “Que no vea a nadie sin decirse: es mejor que yo y más piadoso. Por cierto que la gente es de dos tipos de hombres: un hombre que es mejor y más piadoso que el otro, y un hombre que es peor y más vil. Cuando el (hombre) se encuentre con el que es peor y más vil que (se) diga: tal vez lo bueno de este hombre está oculto y eso es mejor para él, y lo bueno de mí es aparente y es malo para mí; y cuando vea al que es mejor y más piadoso que él que se muestre humilde para alcanzarle. Si hace así se elevará su dignidad, se tornará excelente lo bueno de él, se le mencionará bien y aventajará a sus contemporáneos”.[10]
Ciertamente que quien se inviste de estos nobles atributos ha perfeccionado su moral, ha elevado su alma y posee un sólido vínculo con Dios, Glorificado Sea, en cuyas manos se encuentra el curso de todos los asuntos y sucesos.

10- Un consejo del Imam (a.s.)

El Imam (a.s.) le dio consejos a Ahmad Ibn Muhammad Ibn Abî Nasr en los cuales se reúnen excelentes virtudes. De los mismos citamos lo siguiente:
“No te hastíes de suplicar puesto que ello posee un lugar ante Dios; debes ser perseverante, procurar lo lícito y fortalecer los vínculos de parentela. ¡Guárdate de poner al descubierto los asuntos de las personas! Ciertamente que nosotros somos la gente de una casa que establece vínculos con quienes los han cortado con nosotros, hacemos el bien a quien nos hace el mal; y por Dios que vemos en ello un final favorable”.[11]
Los puntos de este consejo se cuentan entre las principales virtudes y las más elevadas pautas de moral, de manera que quien los adopta y los aplica en la realidad de su vida se habrá investido de las elevadas virtudes morales y las exaltadas normas de educación.

11- Agradecer al benefactor

Otra de las habituales conductas éticas de los Imames de Ahl-ul Bait (a.s.) era incentivar a agradecer a las personas que otorgan y son benefactoras. Dijo el Imam Ar-Ridâ (a.s.):
“Quien no agradece al que otorga de entre las criaturas no agradece a Dios, Imponente y Majestuoso”.[12]
Ciertamente que agradecer a quien otorga y es benefactor conforma una obligación. Eso es así para que se difunda el bien y el favor a los demás, puesto que quien no agradece y oculta la benevolencia de otro, no agradece a Dios, Glorificado Sea, por Sus gracias y favores.

12- Distinguidas virtudes

El Imam (a.s.) se refirió a algunas distinguidas virtudes de la siguiente manera:
“De aquel que no posea cinco cualidades no esperes nada relacionado ni a este mundo ni al Más Allá: aquel en quien no veas la confianza en su interior, ni la generosidad en su naturaleza, ni aplomo en su carácter, ni nobleza en su persona, ni temor de su Señor”.[13]
Si el ser humano se provee de estas distinguidas virtudes habrá enaltecido su alma elevándola a los más encumbrados grados de nobleza y perfección.

13- Fortalecer los vínculos de parentesco

Otra de las elevadas pautas de moral en la que hacía énfasis el Imam (a.s.) es el fortalecimiento de los vínculos de parentesco. A este respecto fueron transmitidos numerosos hadices del Imam (a.s.) entre los que se encuentran los siguientes:
1. Dijo (a.s.): “Si un hombre al que le quedan tres años de vida fortalece los vínculos de parentesco, Dios hace que se vuelvan treinta años; y Dios realiza lo que le place”.[14]
2. Dijo (a.s.): “No conocemos nada que incremente más la vida que el fortalecimiento de los vínculos de parentesco, al punto que si a un hombre que le restan tres años acrecienta los vínculos de parentesco, Dios incrementa treinta años a su vida, volviéndose treinta y tres. Asimismo, si le restaran treinta y tres años de vida y cortara los vínculos de parentesco, Dios le merma treinta años disponiendo que su muerte tenga lugar en tres años”.[15]
3. Dijo (a.s.): “Narró Abû ‘Abdul·lâh (esto es, su abuelo el Imam As-Sâdiq, con él sea la paz): Relaciónate con los parientes aunque sea convidando un sorbo de agua, y la mejor manera de promover los vínculos con el pariente es desistir de ocasionarle molestias. Fortalecer esos vínculos hace olvidar (esto es, retrasa) la muerte y conlleva el cariño en la familia”.[16]
Fortalecer los vínculos de parentesco conlleva la cohesión y la solidaridad de la sociedad, siendo ambas cosas de entre las más importantes a las que exhorta el Islam.

14- Asistir al débil

Otra virtud a la cual estimulaba el Imam (a.s.) era asistir al débil. Dijo:
“El que asistas al débil es preferible a que le des una limosna”.[17]

15- Aliviar a un creyente

Una de las acciones probas que representa una perfección del carácter es brindar alivio a un creyente cuando es objeto de desgracia. Dijo (a.s.):
“A quien brinde alivio a un creyente Dios le brindará alivio en el Día de la Resurrección.[18]
Con esta breve reseña concluimos nuestras palabras acerca de sus hadices sobre las más excelentes virtudes.

Sus más elevadas virtudes

Las pautas de moral del Imam Ar-Ridâ (a.s.) representan una resplandeciente imagen de la moral de su abuelo el Mensajero de Dios (s.a.w.), quien fue enviado para completar las más excelentes virtudes y salvar al ser humano de la situación de la ÿâhilîiah o Época de la Ignorancia y su paganía. Es así que, en lo referente a lo sublime de su moral, el Imam Ar-Ridâ (a.s.) era el ideal de todos aquellos nobles valores y elevados ideales que trajo su abuelo (s.a.w.). Las siguientes son muestras de esos valores morales:

Palabras generales sobre la moral del Imam (a.s.)

Ibrâhîm Ibn Al-‘Abbâs se refirió a las más elevadas virtudes del Imam (a.s.) en palabras que las englobaban y en las cuales decía: “No he visto ni he escuchado sobre nadie que fuera más virtuoso que Abûl Hasan Ar-Ridâ (a.s.). Absolutamente nunca menospreció a nadie; nunca interrumpió las palabras de nadie; nunca rechazó a nadie que tuviera una necesidad; nunca estiró los pies frente a quien estuviera sentado junto a él, ni se apoyó en un respaldo antes que el otro; nunca insultó a sus sirvientes y esclavos; al reírse nunca lo hacía a carcajadas; a su mesa se sentaban sus esclavos y sirvientes; dormía poco en la noche; durante las noches solía mantenerse despierto adorando a Dios desde el principio hasta el final de las mismas; dispensaba abundantes favores y limosnas, y la mayor parte de ello lo hacía en las noches oscuras”.[19]
Estas palabras nos refieren las excelentes virtudes que poseía el Imam (a.s.), las cuales eran:
1. Nunca menospreció a ninguna persona, ya sea alguien de entre sus allegados o de entre sus enemigos, acogiéndolo con una rebosante sonrisa.
2. Nunca interrumpía las palabras de nadie, dejándolo concluir lo que estaba diciendo.
3. No estiraba sus pies frente a quien se sentaba junto a él, sino que se sentaba educadamente.
4. No se afirmaba en ningún respaldo antes de que lo hiciera quien se encontraba junto a él, por respeto a éste.
5. No insultaba a sus sirvientes y esclavos ni aunque le hubieran tratado mal.
6. No se ensoberbecía ante sus sirvientes y esclavos sino que se sentaba con ellos a la misma mesa para comer.
7. Adoraba en abundancia, de manera que pasaba sus noches rezando y recitando el Libro de Dios, Glorificado Sea.
8. Realizaba abundantes favores y asimismo daba muchas limosnas a los pobres y desdichados, haciéndoles llegar esas ayudas en medio de la noche oscura, de manera que no fuera reconocido.
Éstas fueron algunas de sus excelentes virtudes observadas por Ibrâhîm Al-‘Abbâs, las cuales se asemejaban a aquellas de sus padres (a.s.), quienes hicieron brotar las fuentes del conocimiento y la sapiencia en la Tierra.


Reseñas de sus virtudes:

Los historiadores han referido muchas muestras de sus más elevadas virtudes entre las que se cuentan las siguientes:
1. Cuando aceptó el cargo de sucesor al califato que astutamente le impuso el tirano califa Al-Ma’mûn, a pesar de ser la más elevada posición en el Estado abasí que se extendía a la mayoría de los rincones del mundo conocido, él (a.s.) en la mayoría de los asuntos no les ordenaba a ninguno de sus sirvientes y esclavos, sino que realizaba por sí mismo las tareas personales. Cierta vez necesitaba darse un baño pero no le ordenó a nadie que se lo preparase sino que se dirigió a las duchas públicas cuyo dueño no se imaginaba que el sucesor al califato pudiera dirigirse a las duchas públicas de la ciudad, ya que los sultanes tomaban las duchas en sus palacios. Cuando ingresó el Imam (a.s.) a las duchas, le vio un soldado y sin reconocerle le ordenó que le vertiera agua en la cabeza y que le limpiara. El Imam (a.s.) hizo eso y en tanto lo hacía ingresó un hombre que le reconoció, y al ver que limpiaba al soldado le gritó a éste: “¡Aniquilado seas! ¡¿Te vales del hijo de la hija del Mensajero de Dios (s.a.w.)?!”. El soldado quedó consternado y se dirigió sumisamente al Imam (a.s.) diciéndole: “¿Por qué no desobedeciste cuando te ordené? ¡Oh hijo del Mensajero de Dios!”.
El Imam (a.s.) sonrió y le dijo con benevolencia:
“Eso tiene recompensa; y no quise desobedecerte en aquello por lo que seré recompensado”.[20]
¿Observáis esa alma celestial que se iguala a las de los profetas en su sublime moral y la negación del sí mismo?
2. Otra muestra de sus elevadas pautas de moral es que cuando se sentaba a la mesa hacía que también se sentaran sus sirvientes, incluso el encargado de las caballerizas y el portero.[21] Con ello dio el ejemplo en lo que respecta a abolir las discriminaciones entre la gente y poner énfasis en que todos son iguales y no hay distinción de uno sobre otro.
3. Otra de sus grandes muestras de virtud es lo narrado también por Ibrâhim Ibn ‘Abbâs, quien dijo: Escuché a ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.) decir:
“Juré liberar a un esclavo, y nunca he jurado eso sin cumplirlo; y después de liberarle, hacer lo mismo con todos los que están en mi posesión. Si es que se opina que soy mejor que éste (y señaló a un esclavo negro de entre sus sirvientes), y se dice eso por mi parentesco con el Mensajero de Dios (s.a.w.), (debo decir) que solo teniendo buenas obras sería mejor que él”.[22]
4. Un hombre le dijo: “¡Por Dios que no hay sobre la faz de la Tierra alguien más noble que tú!”.
El Imam (a.s.) le respondió:
“Es el temor a Dios lo que les brinda nobleza (a las personas) y la obediencia a Dios lo que les brinda preferencia”.[23]
Le dijo un hombre: “¡Por Dios que tú eres el mejor entre la gente!”.
El Imam (a.s.) le respondió:
“¡Oh tú! Mejor que yo es aquel que es más temeroso de Dios, Imponente y Majestuoso, y que le obedece más, puesto que por Dios que no fue abrogada la aleya que dice: «Y os dispusimos en pueblos y tribus para que os conozcáis. Por cierto que el más noble entre vosotros ante Dios es el más timorato entre vosotros.» (49: 13)”.[24]
Así era el Imam (a.s.), quien rechazaba todas las formas de altivez y superioridad por sobre las criaturas de Dios, Glorificado Sea. Esa es la conducta que tuvieron su abuelo el Mensajero de Dios (s.a.w.) y sus padres los grandes Imames (a.s.), quienes desecharon las vanidades y suntuosidades de este mundo.

1- Su desapego

Una de las características esenciales del Imam (a.s.) era el desapego de lo mundano, y el rechazo a sus fastuosidades y ornamentos. Muestra de su desapego es lo narrado por Muhammad Ibn ‘Ubbâd, quien dijo: El Imam Ar-Ridâ (a.s.) se sentaba sobre esterillas en el verano y sobre un manto lanoso en el invierno. Su ropa habitual era áspera, y era cuando se presentaba ante la gente que se engalanaba.[25]
Cierta vez se encontró con Sufiân Az-Zaurî y éste le vio vistiendo una ropa de fina tela de algodón, lo que no le pareció bien, por lo que le dijo: “Te hubieras vestido con algo menos vistoso”.
El Imam (a.s.) tomó su mano con suavidad y la introdujo bajo su manga, y he ahí que bajo esa vestidura tenía una ropa de lana. Le dijo (a.s.): “La fina tela de algodón es para las criaturas y la lana para el Creador”.[26]
El desapego a lo mundano era una de las más exponentes pautas de moral del Imam (a.s.). Otra muestra de su desapego es que cuando el tirano califa le nombró sucesor no ejerció ninguna de las prerrogativas del poder, ni anheló ninguna manifestación de preponderancia.

2- Su magnanimidad

En cuanto a la magnanimidad, ésta estaba arraigada en el carácter de los Imames de Ahl-ul Bait (a.s.), de manera que si echas un vistazo a cualquier biografía sobre alguno de ellos, les encontrarás magnánimos, caritativos con los pobres y benévolos con los débiles. En cuanto al Imam Ar-Ridâ (a.s.), lo que más le agradaba en el mundo era hacer caridad a los pobres, de manera que los historiadores mencionaron muchas expresiones de su generosidad y altruismo. Entre ellas:
1. Cedió todo lo que poseía a los pobres en un día de ‘Arafah (día 9º del mes de Dhul Hiÿÿah) cuando se encontraba en Jorasán. A Fadl Ibn Sahl le pareció mal ello y le dijo: “¡¿Que fue toda esa pérdida?!”.
El Imam (a.s.) le contestó:
“Al contrario, es una ganancia. No se cuenta como pérdida aquello con lo cual procuras recompensa (divina) y magnanimidad”.[27]
Para el Imam (a.s.), gastar la riqueza en el camino de Dios, Glorificado Sea, no es pérdida, sino ganancia mediante la cual se logra la proximidad a Dios, Glorificado Sea; y esa es la verdadera ganancia, la ganancia plena.
2. Otra muestra de su generosidad es la siguiente: Un hombre de Jorâsân le saludó y le dijo: “Soy un hombre de entre tus adeptos y adepto de tus padres. Vengo de la Peregrinación y se me ha terminado el sustento. No me queda después de la Peregrinación nada con qué seguir viaje. Si aceptas darme lo suficiente para volver a mi tierra, cuando llegue daré limosna en tu nombre por la cantidad que me des”.
El Imam (a.s.) le dijo: “Siéntate, ¡que Dios se apiade de ti!”. Luego habló con las personas presentes hasta que se fueron. Finalmente sólo quedaron el Imam (a.s.) y Sulaimân Al-Ÿa‘farî. El Imam (a.s.) se disculpó e ingresó en la casa; luego sacó su mano y llamó al Jorâsânî. Éste se levantó y fue hacia él. Entonces (desde atrás de la cortina) le dijo.
“Toma estos doscientos dinares y asístete con ello para tu sustento y gastos; y no los des en limosna por mí”.
El hombre se marchó colmado del favor del Imam (a.s.). Sulaimân Al-Ÿa‘farî se apresuró a preguntarle: “¡Que yo sea sacrificado por ti! Fuiste magnánimo y te compadeciste del Jorâsânî, pero ¿por qué cubriste tu rostro para que no te vea?”.
Le contestó:
“Por cierto que hice así por temor a ver en su rostro la humillación por tener que pedir para solventar sus necesidades. ¿Acaso no escuchaste el hadîz del Mensajero de Dios (s.a.w.) que dice: ‘Hacer el bien sin mostrarse equivale a setenta peregrinaciones, y aquel que muestra sus malas acciones será abandonado?’. ¿Acaso no escuchaste las palabras del poeta que dicen:
Cada día que fui a verle para pedirle lo que necesito / regresé donde mi familia con dignidad en el rostro?”.[28]
3. Otra muestra de su generosidad es que un pobre se dirigió a él (a.s.) diciéndole:
- “Concédeme en la medida de tu hombría de bien”.
- “No me es posible hacerlo”.
La hombría de bien del Imam (a.s.) no tenía límites y el pobre se dio cuenta de ello, así que le dijo:
- “Concédeme en la medida de mi hombría de bien”.
El Imam (a.s.) con una sonrisa rebosante le dijo:
- “Entonces sí”.
Luego ordenó que se le dieran doscientos dinares.[29]
4. Otra muestra de su benevolencia y generosidad es que cuando le llevaban una bandeja de comida ordenaba que se la dieran a los indigentes y recitaba las Palabras del Altísimo que dicen: «Nunca se ha lanzado a remontar la cuesta · ¿y qué te hará entender lo que es remontar la cuesta? · Es liberar a un esclavo · o alimentar en un día de hambre · a un allegado huérfano · o a un pobre que se encuentre en la miseria».[30] Luego decía:
“Dios, Imponente y Majestuoso, sabe que no toda persona puede liberar a un esclavo, por lo cual dispuso otra vía por la cual pudiera llegar al Paraíso”.[31]
5. Otras de sus elevadas pautas de benevolencia e indicio de sus favores para con la gente es lo narrado por ‘Ubaidul·lâh de Al-Ghiffârî, quien dijo: Le debía una cantidad a un hombre de entre los descendientes de Abû Râfi‘, el sirviente del Mensajero de Dios (s.a.w.), quien amenazaba con denunciarme y me reclamaba con insistencia. En esa situación fui a rezar la oración de la mañana en la Mezquita del Mensajero de Dios (s.a.w.) y luego me dirigí a ver al Imam Ar-Ridâ (a.s.), quien se encontraba en la región de Al-‘Arîd. Cuando me acerqué a la puerta, he ahí que se encontraba allí, vistiendo una camisola y una capa, y cuando le vi me sentí avergonzado. Vino hacia mí y le saludé. Era el mes de Ramadán. Yo le dije:
“¡Que yo sea sacrificado por ti! Uno de los descendientes de vuestro sirviente tiene un derecho sobre mí y me desprestigia”. Entonces me ordenó que me sentara y yo permanecí allí hasta que recé la oración del ocaso encontrándome ayunando. Me quise marchar y en ese momento volvió el Imam (a.s.). Los pobres le rodeaban y él les daba limosnas. Luego me ordenó ingresar a una habitación. Así lo hice y me dijo:
“No creo que hayas desayunado”.
Le dije: “No”. Mandó a pedir comida y desayuné. Al terminar me ordenó levantar un almohadón y tomar el dinero que hubiera debajo. Lo levanté y he ahí que había una bolsa con unos dinares. La puse dentro de mi manga y regresé a mi casa. Al llegar pedí una lámpara y me la trajeron. Yo pensé que eran sólo unos cuantos dinares, pero he ahí que eran cuarenta y ocho dinares, siendo que lo que le debía al hombre eran solo veintiocho dinares. El Imam (a.s.) había escrito en una de las monedas: “Lo que le debes al hombre son veintiocho dinares y el resto es tuyo”.[32]
Éstas fueron algunas reseñas de su generosidad, las cuales nos muestran que él fue creado para ser benevolente, caritativo y brindar favores a las gente.

3- Su hospitalidad

Otra de las excelentes virtudes del Imam Ar-Ridâ (a.s.) era el hecho de ser benevolente y dadivoso con los invitados, ocupándose él mismo de servirles. Cierta vez el Imam (a.s.) tenía como invitado a una persona a quien le estaba hablando, cuando de repente la luz de la lámpara se alteró y el invitado quiso arreglarla. El Imam (a.s.) se irguió raudamente y la arregló él mismo. A continuación le dijo a su invitado:
“Nosotros somos gente que no permite que nuestros huéspedes nos sirvan”.[33]

4- Su hábito de liberar esclavos

Una de las buenas obras habituales del Imam (a.s.) era liberar esclavos y librarles de las cadenas de la esclavitud. Cuentan los narradores que llegó a liberar mil esclavos.[34]

5- Su benevolencia para con los esclavos

El Imam (a.s.) solía ser benevolente y caritativo con los esclavos. Una muestra de ello es lo narrado por ‘Abdul·lâh Ibn As-Salt de un hombre de la gente de Balj, que dijo: Me encontraba con Ar-Ridâ (a.s.) en su viaje hacia Jorâsân. Una vez pidió que extendieran un mantel alrededor del cual se reunieron sus sirvientes de la región de Sudán y otros. Le dije: “¡Que yo sea sacrificado por ti! ¿Por qué no dispones un mantel aparte para éstos?”.
El hombre pretendía que el Imam (a.s.) no se sentara con los sudaneses ni comiera con ellos. El Imam (a.s.) le respondió diciendo:
“Por cierto que el Señor, Exaltado y Glorificado Sea, es Uno; que nuestra madre es la misma y que la recompensa será en base a las acciones realizadas”.[35]
La vida de la totalidad de los Imames de Ahl-ul Bait (a.s.) estaba encaminada hacia la abolición de la discriminación racial entre las personas, las cuales provienen todas de una misma fuente y en las cuales no hay preferencia de unas sobre otras sino por la piedad y la buena acción.


6- Su contrición a Dios

El Imam (a.s.) se dedicaba completamente a Dios, Glorificado Sea, le era contrito y se aferraba a Su obediencia. Sus actos de adoración ilustraban un gran aspecto de su vida espiritual, la cual estaba colmada de luz, piedad y temor a Dios. Dijo uno de sus seguidores: “Nunca lo he visto sin recordar las Palabras del Altísimo que dicen: «Poco era lo que dormían por la noche» (51: 17).[36]
Dijo Ash-Shabrâwî: “Era de hacer muchas abluciones y rezos. Durante toda la noche solía hacer abluciones, rezar y reposar, y así sucesivamente hasta llegar la mañana”.[37]
El Imam (a.s.) era el más timorato entre sus contemporáneos y el de más profusa adoración y obediencia a Dios, Glorificado Sea. Prestad atención a lo narrado por Ibn Ad-Dahhâk sobre la adoración del Imam (a.s) una vez que el califa Al-Ma’mûn le había comisionado para llevar al Imam (a.s.) a Jorâsân, por lo cual le acompañó desde Medina hasta la ciudad de Marv. Dijo:
“¡Por Dios! Nunca vi a un hombre que fuera más timorato a Dios, Glorificado Sea, que él, ni de mayor adoración y obediencia a Dios, Glorificado Sea, ni con mayor temor a Dios, Imponente y Majestuoso. Era de tal manera que cuando amanecía rezaba la oración de la mañana, y cuando concluía el rezo y realizaba la salutación permanecía sentado en su lugar de rezo glorificando a Dios, Glorificado Sea, dirigiéndole alabanzas y engrandecimientos, pronunciando el tahlîl (esto es, decir “no hay divinidad más que Dios”) y dirigiendo bendiciones al Profeta (s.a.w.) y a su familia (a.s.). Hacía eso hasta que salía el sol. Luego realizaba una prosternación permaneciendo en ese estado hasta bien entrado el día. Después se dirigía a la gente y les hablaba y sermoneaba hasta cerca del mediodía. Tras ello renovaba sus abluciones y volvía a su lugar de oración. Cuando el sol cruzaba el cenit se erguía y rezaba seis ciclos de oración, leyendo en el primero las suras Al-Fâtihah (1) y Al-Kâfirûn (109); en el segundo leía las suras Al-Fâtihah y Al-Ijlâs (nº 112); y en los cuatro siguientes leía las suras Al-Fâtihah y Al-Ijlâs, concluyendo cada par (de ciclos) con la salutación. Cada dos ciclos realizaba el qunût (o súplica después de la lectura) antes del rukû‘ o inclinación. Luego hacía él mismo el llamado a la oración y rezaba dos ciclos más. Después rezaba la oración del mediodía. Cuando concluía la misma con la salutación, glorificaba a Dios (repitiendo Subhânal·lâh), le alababa (repitiendo Al-Hamdulil·lâh) y le engrandecía (repitiendo Al·lâhu Akbar), para luego decir el tahlîl (lâ ilâha il·lâ Al·lâh) tantas veces como le era posible. Luego realizaba la prosternación de agradecimiento en la cual decía cien veces: Shukran lil·lâh (¡Gracias a Dios!). Cuando concluía se levantaba y rezaba seis ciclos de oración, leyendo en cada ciclo las suras Al-Fâtihah y Al-Ijlâs, diciendo la salutación al final de cada par, y haciendo el qunût en el segundo ciclo antes de la inclinación. Luego realizaba el llamado a la oración y rezaba dos ciclos más haciendo el qunût en el segundo. Y al concluir la salutación se levantaba y rezaba la oración de la tarde. Cuando la concluía leyendo la salutación, permanecía sentado en su lugar de oración glorificando, alabando y engrandeciendo a Dios, Glorificado Sea, y pronunciando el tahlîl. Después realizaba una prosternación en la que decía cien veces Al-Hamdulil·lâh. Cuando se ocultaba el sol renovaba su ablución y rezaba los tres ciclos de la oración del ocaso haciendo él mismo los dos llamados a la oración”.
De esta manera, Raÿâ’ Ibn Ad-Dahhâk relata detalladamente los actos de adoración del Imam (a.s.), tanto lo obligatorio como lo meritorio, señalando las suras del Sagrado Corán que leía durante la realización de los mismos y las súplicas supererogatorias que realizaba a continuación. El sentido general de su narración es que el Imam (a.s.) se mantenía ocupado en el recuerdo de Dios, Glorificado Sea, durante la mayor parte del tiempo, que era uno de los gigantes de la piedad y la fe, y que de él emanaban el amor y el temor a Dios en todos sus aspectos.[38]

Reseñas de sus súplicas:

Antes de concluir nuestras palabras sobre las excelentes virtudes del Imam Ar-Ridâ (a.s.), exponemos algunas de sus súplicas las cuales nos refieren su adoración y piedad. A saber:
1. Dijo (a.s.):
“¡Oh Tú, Quien me ha orientado hacia Sí Mismo y sometió mi corazón a través de la fe en Él! Te pido la seguridad y la fe en este mundo y en el Más Allá”.[39]
A pesar de su brevedad, esta súplica señala una trascendente manifestación del Tauhîd o creencia en el Monoteísmo, que es que Dios, Glorificado Sea, encamina a la Creación hacía Sí Mismo mediante los fenómenos, maravillas y portentos que ha originado, los cuales claman a voces la existencia del Creador, Glorificado Sea.
2. La siguiente es otra de sus súplicas:
“¡Dios mío! Otórgame la guía, afiánzame en ella y resucítame con la misma en un estado de seguridad como el de aquel que no tiene temor alguno, ni tribulación, ni desasosiego. Por cierto que Tú eres digno de ser objeto de temor y digno de otorgar el perdón”.[40]
Esta súplica nos señala la procura de la guía y la total sumisión a Dios, Glorificado Sea, lo cual conforma uno de los más elevados grados de los contritos y cercanos a Dios.
3. Una de las súplicas que realizaba en el qunût durante la oración era la siguiente:
“¡Dios mío! ¡Bendice a Muhammad y a la familia de Muhammad! ¡Dios mío! Encamínanos junto a aquellos que encaminaste, dispénsanos junto a aquellos a quienes dispensaste, ocúpate de nosotros junto a aquellos de quienes te ocupaste. Bendícenos en aquello que nos concediste. Protégenos de lo malo que has decretado. Ciertamente que Tú eres Quien decreta y nadie decreta sobre Ti. No es humillado aquel que goza de Tu afecto, ni es apreciado aquel con quien estás enemistado. ¡Exaltado y Glorificado Seas!”.[41]
La totalidad de los acontecimientos se encuentran en manos de Dios, Glorificado Sea. Él es Quien da grandeza y humillación; Él es quien encamina hacia el sendero de la Verdad; Él es quien aleja la desgracia ya decretada; Él es Quien salva al ser humano de las aflicciones y males del transcurrir de los días…

Éstas fueron algunas de sus súplicas. Ya hemos mencionado una gran cantidad de ellas en nuestro libro Haiât Al-Imam ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), donde vemos que las mismas revelan un aspecto trascendente de su vida espiritual, que es la total consagración a Dios, Glorificado Sea, y el hecho de aferrase a Su cordel. Con esto concluimos nuestras palabras sobre sus más elevadas virtudes.


[1] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.142.
[2] Ad-Durr an-Nadzîm, hoja 216.
[3] Tuhaf al-‘Uqûl, p.445.
[4] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.8, p.483.
[5] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.2, p.82.
[6] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.8, p.442.
[7] A‘iân ash-Shî‘ah, t.4, p.196, 2ª sección.
[8] Al-Mîzân, t.8, p.369; Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.11, p.153.
[9] Usûl al-Kâfî, t.2, p.111.
[10] Tuhaf al-‘Uqûl, p.443.
[11] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.4, p.129.
[12] Ibíd., t.11, p.542.
[13] Tuhaf al-‘Uqûl, p.446.
[14] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.15, p.243.
[15] Ibíd., p.245.
[16] Usûl al-Kâfî, t.2, p.151.
[17] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.2, p.82.
[18] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.12, p.587.
[19] Haiât Al-Imâm Muhammad Al-Ÿawâd (a.s.), p.37.
[20] Nûr al-Absâr, p.138; ‘Uiûn at-Tawârîj, t.3, p.227.
[21] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.32.
[22] Bihâr al-Anwâr, t.12, p.28.
[23] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.33.
[24] Ibíd.
[25]Uiûn Ajbâr ar-Ridâ (a.s.), t.2, p.178; Al-Manâqib, t.4, p.360.
[26] Haiât Al-Imâm Muhammad Al-Ÿawâd (a.s.), p.37.
[27] Ibíd. P.30.
[28] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, pp.34-35.
[29] Al-Manâqib, t.4, p.361.
[30] Sura al-Balad; 90: 11-16.
[31] Al-Bihâr, t.12, p.28.
[32] Bihâr al-Anwâr, t.12, p.28.
[33] Ibíd.
[34] Al-Ithâf bi Hubb al-Ashrâf, p.258.
[35] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.37.
[36] Haiât Al-Imâm Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.42.
[37] Al-Ithâf bi Hubb al-Ashrâf, p.59.
[38] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, pp.42-45.
[39] Usûl al-Kâfî, t.2, p.579.
[40] A‘iân ash-Shî‘ah, t.4, p.197, segunda sección.
[41] Haiât Al-Imâm ‘Alî Ibn Mûsâ Ar-Ridâ (a.s.), t.1, p.44.

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