2° Mensaje del
Aiatollah Jamenei
(que Dios lo
proteja)
A los Jóvenes en Occidente
En el Nombre
de Dios, el Compasivo, el Misericordiosísimo
Los amargos
acontecimientos provocados por el terrorismo ciego en Francia, me han movido
una vez más a hablarles a ustedes los jóvenes. Para mí es una pena que este
tipo de incidentes sean los que creen el marco para estas palabras, pero la
realidad es que si las cuestiones dolorosas no preparan el terreno para la
búsqueda de soluciones y la consulta mutua, los daños serán aún mayores. El
sufrimiento de todo ser humano, en cualquier parte del mundo, por sí solo es
algo triste para sus congéneres.
La imagen
de un niño que pierde la vida ante los ojos de sus seres queridos, la de una
madre cuya alegría por su familia se transforma en luto, la de un esposo que
traslada apresuradamente el cadáver de su esposa hacia algún lugar, o la de un
espectador que no sabe si estará viendo la última escena de su vida, no son
imágenes que no despierten las emociones y los sentimientos humanos. Cualquiera
que tenga algo de amor y humanidad, se siente afectado y consternado al ver
estas escenas, ya sea que ocurran en Francia, en Palestina, en Irak, en El
Líbano o en Siria. Sin lugar a dudas, los mil millones y medio de musulmanes
comparten este sentimiento y aborrecen y detestan a los autores y responsables
de estas atrocidades. La cuestión es, sin embargo, que si los sufrimientos de
hoy no se utilizan para construir un mañana mejor y más seguro, entonces solo
se reducirán a recuerdos amargos e infructuosos. Creo, sinceramente, que son
solo ustedes, los jóvenes, los que, por medio de aprender de las adversidades
de hoy, podrán descubrir nuevos caminos para construir el futuro y ser una
barrera ante los desvíos que ha conducido a Occidente hacia su situación
actual.
Es cierto
que hoy el terrorismo es nuestra preocupación común, pero es necesario que
sepan que la inseguridad y la tensión que ustedes experimentaron por estos
recientes acontecimientos, se diferencian en dos aspectos significantes con el
sufrimiento que la gente de Irak, Yemen, Siria y Afganistán han venido
soportando durante muchos años. En primer lugar, el mundo del Islam ha sido
víctima del terror y la violencia en una escala mucho más amplia, en un volumen
mayor, y durante un tiempo mucho más prolongado. Y en segundo lugar,
desafortunadamente estos actos violentos han sido apoyados siempre a través de
diversos métodos y medios eficaces por las grandes potencias. Hoy son pocas las
personas que no están al tanto del rol que desempeñan los EE.UU. en crear,
consolidar y armar a Al-Qaeda, a los Talibanes y a sus siniestros sucesores.
Además de este apoyo directo, patrocinadores abiertos y reconocidos del
terrorismo takfirí se han situado siempre en las filas de los aliados de
Occidente, pese a contar con los sistemas políticos más atrasados. Todo esto
mientras se reprime despiadadamente a las más vanguardistas y brillantes ideas
surgidas de las dinámicas democracias de la región. La actitud hipócrita de
Occidente ante el movimiento de despertar en el mundo islámico, es un ejemplo
ilustrativo de las contradicciones en las políticas de Occidente.
Otro
aspecto de esta contradicción se evidencia en el apoyo al terrorismo de estado
de Israel. Hace más de sesenta años que el oprimido pueblo de Palestina viene
experimentando la peor clase de terrorismo. Si la gente de Europa ahora se
refugia durante algunos días en sus casas y evita asistir a centros
concurridos, hace décadas que una familia palestina no se encuentra a salvo ni
en su propia casa de la maquinaria asesina y destructora del régimen sionista.
Hoy en día, ¿qué tipo de violencia resulta comparable, desde el punto de vista
de la intensidad de la crueldad, con la construcción de asentamientos del
régimen sionista? Este régimen, sin haber sido nunca censurado, ni seria ni
efectivamente, por sus influyentes aliados, ni incluso por las entidades
internacionales en apariencia independientes, demuele a diario las casas de los
ciudadanos palestinos y devasta sus huertas y granjas, sin darles ni siquiera
la oportunidad de trasladar sus pertenencias ni recoger sus productos agrícolas.
Todo esto generalmente se hace ante los ojos aterrorizados y llenos de lágrimas
de mujeres y niños que son testigos de las palizas brutales propinadas a los
miembros de su familia y, en algunos casos, de su traslado a espantosos centros
de tortura. ¿En el mundo actual se sabe de otro tipo de atrocidad a esta escala
y envergadura que se aplique durante tanto tiempo? Si disparar contra una mujer
en medio de la calle por el único delito de protestar contra un soldado armado
hasta los dientes no es terrorismo, ¿entonces qué es? ¿No se debe llamar
extremismo a esta barbarie solo porque es llevada a cabo por las fuerzas
armadas de un gobierno ocupador? ¿O quizás, debido a que estas escenas han sido
ya vistas repetidamente en las pantallas de televisión durante unos sesenta
años, deben dejar de remover nuestras consciencias?
Las
invasiones militares de los últimos años al mundo del Islam, y que han dejado
innumerables víctimas, es otro ejemplo de la lógica contradictoria de
Occidente. Además de sufrir grandes pérdidas de vidas humanas, los países
invadidos vieron destruidas sus infraestructuras económicas e industriales, su
movimiento hacia el crecimiento y desarrollo se vio paralizado o demorado, y en
algunos casos retrocedieron décadas. A pesar de todo esto, de forma insolente
se les pide que no se consideren oprimidos. ¿Cómo se puede transformar un país
en ruinas, cubrir sus ciudades y pueblos de cenizas, ¡y después decirles a sus
ciudadanos: Por favor, no se consideren oprimidos!? En vez de invitarlos a no
entender u olvidar el calvario, ¿no sería mejor una disculpa sincera? El
sufrimiento que en estos últimos años ha experimentado el mundo islámico por la
hipocresía y la farsa de los invasores, no es menor que los daños materiales.
¡Queridos
jóvenes! Tengo la esperanza de que ustedes, ya sea en el presente o en el
futuro, cambien esa mentalidad contaminada por la hipocresía, una mentalidad
cuya gran habilidad es ocultar los objetivos a largo plazo y adornar los
propósitos maliciosos. En mi opinión, el primer paso para establecer la
seguridad y la paz, es reformar ese pensamiento que genera violencia. Mientras
el criterio de doble rasero prevalezca en la política de Occidente, mientras el
terrorismo -de acuerdo con sus poderosos patrocinadores- se divida en “bueno” y
“malo”, y en tanto se prioricen los intereses de los gobiernos por sobre los
valores humanos y morales, no se debe buscar la raíz de la violencia en otro
lugar.
Por
desgracia, a lo largo de muchos años estas raíces paulatinamente también se han
arraigado en lo más profundo de las políticas culturales de Occidente, causando
una invasión suave y silenciosa. Muchos países del mundo se enorgullecen de sus
culturas locales y nacionales, culturas que, al mismo tiempo que se
desarrollaban y regeneraban, han nutrido profundamente durante siglos las
sociedades humanas. El mundo islámico no es una excepción a esto. Sin embargo,
en la era contemporánea, el mundo occidental, por medio del uso de herramientas
avanzadas, insiste en la homogeneización y reproducción de su cultura a escala
global. Considero la imposición de la cultura occidental al resto de las
naciones, y el menosprecio a las culturas independientes, como una forma de
violencia silenciosa y extremadamente nociva. La humillación a las ricas
culturas y el insulto a sus sectores más respetables se da en tanto que la
cultura sustituta que se ofrece de ninguna manera está calificada para
sustituir.
Por
ejemplo, dos elementos: “la agresividad” y “la promiscuidad moral” que,
desgraciadamente, se han convertido en los componentes principales de la
cultura occidental, han degradado su aceptabilidad y posición incluso en su
región de origen. Ahora, la pregunta es que, si nosotros no queremos una
cultura agresiva, vulgar y fatua ¿somos pecadores? Si frenamos una inundación
devastadora que fluye hacia nuestros jóvenes bajo diversas formas de productos
pseudo-artísticos ¿somos culpables? No niego la importancia y el valor de los
lazos culturales. Cada vez que estos lazos se han dado bajo circunstancias
naturales y respetando a la sociedad receptora, han traído el crecimiento, el
desarrollo y la riqueza. Contrariamente, los lazos discordantes e impuestos han
fracasado y han sido perjudiciales. Lamentablemente debo decir que grupos
infames como Daesh son el engendro de este tipo de lazos fallidos con las
culturas importadas. Si el problema realmente hubiera sido doctrinal, antes de
la era colonialista deberían haberse observado también fenómenos semejantes en
el mundo islámico, en tanto que la historia testimonia lo contrario. Los
registros históricos acreditados muestran claramente cómo la confluencia del
colonialismo con un pensamiento extremista y rechazado, en medio de una tribu
beduina, sembró la semilla del extremismo en esta región. Si no, ¿cómo podría
salir una bazofia como el Daesh de una de las escuelas religiosas más éticas y
humanas del mundo, cuyo texto de base considera que tomar la vida de una sola
persona equivale a asesinar a toda la humanidad?
Por otro
lado, debemos preguntarnos por qué quienes nacieron en Europa, y que fueron
educados intelectual y espiritualmente en ese mismo ambiente, se sienten
atraídos por este tipo de grupos. ¿Es posible creer que las personas con uno o
dos viajes a las zonas de guerra, de repente se vuelvan tan extremistas que
puedan acribillar a tiros a sus compatriotas? Desde luego no debemos olvidarnos
de los efectos de toda una vida nutrida en una cultura patológica en un entorno
contaminado y generador de violencia. En este terreno se debe hacer un análisis
integral, un análisis que descubra las contaminaciones aparentes y ocultas de
la sociedad. Tal vez el profundo odio sembrado durante los años de prosperidad
industrial y económica, por efecto de las desigualdades, y probablemente por
las discriminaciones legales y estructurales en el corazón de algunas clases de
las sociedades occidentales, haya creado complejos que de vez en cuando se
expanden de una manera enfermiza.
De todas
maneras, son ustedes los que tienen que hender las capas superficiales de su
propia sociedad y encontrar y eliminar los problemas y resentimientos. Las
brechas deben ser selladas, no profundizadas. Cuando se lucha contra el
terrorismo el mayor error son las reacciones precipitadas que sólo amplían los
abismos existentes. Cualquier reacción emocional y apresurada que ha de aislar,
intimidar y crear más ansiedad en la comunidad musulmana que vive en Europa y
América –que se compone de millones de seres humanos activos y responsables- y
que les privaría de sus derechos básicos más aún de lo que ya sucedió en el pasado,
alejándolos de la escena social, no sólo no va a resolver el problema, sino que
profundizará las brechas y aumentará los resentimientos. Medidas superficiales
y reactivas, sobre todo si toman formas legales, excepto aumentar las
polarizaciones existentes y abrir el camino para futuras crisis, no producirán
ninguna otra cosa. Según unas noticias recibidas, en algunos países de Europa
se han establecido algunas regulaciones que incitan a los ciudadanos a espiar a
los musulmanes. Tales comportamientos son injustos, y todos sabemos que la
injusticia, se quiera o no, se caracteriza por ser reversible. Además, los
musulmanes no merecen esa ingratitud. Hace siglos que el mundo occidental
conoce bien a los musulmanes; tanto en esos días en que los occidentales eran
los huéspedes en tierras islámicas y se sintieron atraídos por las riquezas de
sus anfitriones, como en aquellos días en que eran los anfitriones y se
beneficiaron del trabajo y las ideas de los musulmanes, por lo general, no
experimentaron otra cosa que la bondad y la paciencia.
Por lo
tanto, les pido a ustedes los jóvenes, que sobre la base de una verdadera
comprensión, con una visión profunda y haciendo uso de las experiencias
desagradables, sienten las bases para una interacción correcta y honorable con
el mundo islámico. De esta forma, en un futuro no muy lejano serán testigos de
que el edificio que han construido sobre estas sólidas bases, extenderá una
sombra de confianza sobre sus arquitectos, les obsequiará el calor de la
seguridad y la paz, y los destellos de la esperanza en un futuro brillante se
reflejarán en la Tierra.
Seiied ‘Alî
Jâmene’î
29/11/2015
(Ya
antes, en enero de este año, el Líder de la Revolución Islámica había escrito
una carta a los jóvenes de Europa y Norteamérica a raíz de los ataques
terroristas ocurridos en Francia y la posterior ola de islamofobia).
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