martes, 2 de noviembre de 2010

DIARIO DE UN PEREGRINO / Parte 2

Por Sumeia Younes (año 1998)
  
Continuamos caminando hasta que llegamos al patio que la rodea, y vimos a cientos de peregrinos que la circunvalaban, por lo que me di cuenta de que no nos resultaría tan fácil hacerlo. Nos acercamos lo más que pudimos, hasta que divisamos Maqâm Ibrâhîm (el sitial del Profeta Abraham)[i]... 



Por fin logramos llegar, y comenzamos a circunvalar la Casa, sin haber puesto intención todavía, puesto que debíamos comenzar desde el extremo oriental de la Ka‘bah, señalizado por una línea marrón dibujada en el piso,[ii] por lo que marchamos junto a la multitud, que nos guiaba hacia ella. Cuando estuvimos a punto de acercarnos a Hayar-ul Aswad (la Piedra Negra)[iii], pusimos más atención, y cuando por fin estuvimos a un paso de la línea marrón, nos concentramos en poner nuestra intención de circunvalar la Casa; entonces, exclamando Al·lahu Akbar, dirigimos nuestras manos hacia la Piedra Negra en señal de saludo y de renovación de nuestro pacto con Allah, y comenzamos el tawâf, junto a muchos peregrinos que continuamente se incorporaban.




Resultaba difícil realizar el tawâf, puesto que, como es sabido en la escuela ya‘farita, mientras circunvalamos debemos caminar por nosotros mismos y no dejarnos llevar, y mantener nuestro hombro izquierdo constantemente en dirección a la Ka‘bah, puesto que si nos desviamos un momento, debemos retomar desde el lugar donde nos desviamos, y como generalmente es imposible debido a la multitud, deberíamos continuar con la multitud, y tras dar la vuelta, recién entonces retomar desde ese punto. Además, debíamos esmerarnos, en lo posible, por mantenernos dentro de la distancia de aproximadamente trece metros que separa a la Ka‘bah del Maqâm Ibrâhîm (por lo que al pasar junto a él, éste debía estar a nuestra derecha), y al pasar por Hiyr Ismâ‘îl[iv], éste debía encontrarse a nuestra izquierda y no debíamos ni rozarlo. Tampoco debíamos, en el momento del tawâf, pisar el shadhirwân, que es una saliente en diagonal que rodea la base de la Ka‘bah. Y todo ello sumado a la gran aglomeración y los empujones de mujeres y hombres, algunos de ellos muy robustos, nos resultaba difícil, sobre todo a las mujeres, poder realizar el tawâf sin ningún problema. Es por ello que los hermanos que nos acompañaban, hicieron un semicírculo por detrás nuestro para que pudiéramos las mujeres llevar a cabo nuestro tawâf sin ningún inconveniente.
Está de más decir que todo este esfuerzo que realizábamos encerraba mucha bendición y la complacencia de Allah. En cada una de las siete vueltas (ashwât), leíamos las súplicas preferibles pertinentes para cada circunvalación, además de pedir y suplicar mucho a Allah por nuestros seres queridos y por nosotros mismos. Así mismo lo hacían, a nuestro alrededor, todos nuestros hermanos, de diferentes escuelas de pensamiento islámico, todos unidos en la misma intención, algunos leyendo las súplicas en árabe a otros que no podían hacerlo y que repetían todo lo que su guía les dictaba, y otros haciendo súplicas en su propio idioma. Y cada vez que pasábamos junto a la Piedra Negra, dirigíamos nuestra mirada y saludos hacia ella, en señal de renovar nuestro pacto: “Sabe que yo estoy firme en mi pacto de Unicidad”. Y en cada paso que dábamos, nos encontrábamos con otro lugar bendito, como la Canaleta de la Misericordia[v], el Multazam[vi], el Mustayâr[vii], el Hatîm[viii], el Rukn Iamanî[ix]
Mientras circunvalábamos la Ka‘bah, en realidad lo hacíamos alrededor del eje y símbolo del Tawhîd; alrededor de la Profecía, junto al sitial de Ibrâhîm y lugar de la invocación de Muhammad (BP): “Decid: No hay divinidad sino Dios, y triunfaréis”; alrededor del Imamato, alrededor de la que fuera la cuna del “nacido de la Ka‘bah”, en tanto que, justo arriba nuestro, en el cuarto Cielo, los Ángeles del Misericordioso circunvalaban Bait-ul Ma‘mûr.

Maqâm Ibrâhìm (Abraham)

 Cuando finalizamos la séptima circunvalación, comenzamos a dirigirnos hacia el Maqâm Ibrâhîm, detrás del cual deberíamos realizar el salât-ut tawâf. Así, nos detuvimos lo más cerca posible detrás el maqâm y realizamos el salât de dos ciclos: «Y adoptad el sitial de Ibrâhîm como oratorio» (Corán; 2: 125).

Huellas de Ibrâhîm (P) en el Maqâm de Ibrâhîm

Tras concluir el rezo, me detuve un momento a observar la vitrina del maqâm que guardaba las huellas de Ibrâhîm, e involuntariamente, al igual que la mayoría de los peregrinos, la besé, y me quedé reflexionando en lo que significaba dicho maqâm: «(La Casa de Dios) encierra señales evidentes: allí está el sitial de Abraham, y quienquiera se refugie en ella estará a salvo…» (Corán; 3: 97).
Me retiré de allí, y me dirigí a beber agua de zamzam[x], en primer lugar para mitigar la sed que tenía debido al tawâf bajo aquel ardiente sol, y también porque es preferible hacerlo, antes de continuar con el trote entre Safâ y Marwâ…

اللهمّ اجعله علماً نافعاً و رزقاً واسعاً و شفاء اً من كل داء و سقم.
“¡Dios mío! Disponla como conocimiento beneficioso, como una amplia merced y como curación e cualquier enfermedad y dolencia”.

Safâ y Marwâ

Safâ y Marwâ son los nombres de dos colinas, separadas entre sí por unos 400 metros, y hoy en día esta distancia está recubierta por un techo, habiéndose convertido así en una especie de galería de dos caminos, uno de ida y otro de vuelta, habiéndose dispuesto un corredor al medio para los lisiados. Debido a las diferentes ampliaciones de las que fue objeto Masyid-ul Harâm, la galería quedó unida a la estructura de la Mezquita.
Ahora debíamos, tras el salât-ut tawâf, recorrer la distancia entre dichas colinas siete veces, comenzando por Safâ, y concluyendo en Marwâ: «Por cierto que las colinas de As-Safâ y Al-Marwâ se cuentan entre los ritos de Dios…» (Corán; 2: 158).
Mientras cumplíamos con el trote entre Safâ y Marwâ recordaba el origen de tal mandato, y la razón por la que se nos había ordenado ello. Cuando Hadrat Ibrâhîm ya era un anciano, aun no había podido tener niños, y tras muchas súplicas a su Señor, Allah le otorgó un hijo, Ismâ‘îl, por medio de su esclava Hayar. Por orden de Dios, Ibrâhîm dejó a Hayar y a su pequeño hijo en medio de aquel caluroso y árido desierto, entre dos montañas: «¡Oh Señor nuestro!, en verdad que he establecido a una parte de mi descendencia en un valle árido, cerca de Tu Sagrada Casa, para que, ¡oh Señor nuestro!, observen la oración… » (Corán; 14: 37). Luego se fue de La Meca y tras acabárseles la comida y el agua, de a poco la leche en el pecho de Hayar también se secó. El niño, hambriento, comenzó a llorar, y Hayar se dirigió a lo alto de la colina de Safâ. Al no encontrar agua, se dirigió corriendo hacia Marwâ, ya que a lo lejos le pareció ver agua, pero no era más que un espejismo. Allí tampoco encontró nada, por lo que nuevamente, desesperada, volvió a Safâ, y esto se repitió siete veces, hasta que vio que bajo los pies de su niño comenzaba a surgir una vertiente: el agua de Zamzam; agua bendita que desde épocas del Profeta (BP) hasta hoy, los musulmanes a su regreso a sus países suelen llevar de regalo a sus parientes y cercanos, puesto que se considera la mejor agua y poseedora de propiedades curativas.

Safâ

Además, la montaña de Safâ en épocas del Noble Profeta (BP) fue su púlpito desde el cual invitaba a la gente a la Unicidad. Se transmitió del Imam As-Sâdiq (P) que el Profeta permanecía bastante sobre la montaña de Safâ, de manera que terminaba la recitación completa de la Sûra Al-Baqarah, haciéndolo lentamente. También se transmitió de Abû ‘Abdul·lah (P): “Si deseas que se incremente tu riqueza, aumenta tu permanencia en Safâ”.
Mientras continuábamos con nuestra caminata entre las dos colinas, leíamos las súplicas pertinentes, y así lo hacían también los diferentes grupos de las escuelas islámicas, todos juntos, con los pies desnudos, vistiendo el ihrâm, algunos caminando apresurados, otros más lento, otros corriendo…


Taqsîr
Cuando terminados la última vuelta, llegando a Marwâ, debíamos hacer el taqsîr, es decir, debíamos cortar una pequeña cantidad de cabello, o de uña. Todas estas cinco acciones, esto es, vestir el ihrâm y decir la talbiah, el tawâf, el rezo del tawâf, el trote entre Safâ y Marwâ, y el taqsîr, en conjunto, reciben el nombre de ‘Umrah Tamattu’ (Peregrinación Menor).
Así, habíamos terminado la ‘Umrah y ya podíamos salir del estado de muhrim, y todas las cosas que se nos habían vuelto harâm mientras vestíamos el ihrâm, ahora nos eran lícitas, y ya no recaía sobre nosotros ninguna acción obligatoria hasta la noche anterior al día noveno de ‘Arafât, en que nuevamente debíamos vestir el ihrâm, y prepararnos para los actos del Hayy propiamente dicho.
Antes de retirarnos de aquel recinto sagrado, bebimos nuevamente abundante agua de Zamzam, puesto que nos sentíamos exhaustos, y allí comprendí un poco lo que debía de haber pasado Hayar, en aquel desierto, sin ningún techo que la cubriese, sola, desesperada, con un pequeño hijo… entonces dirigí mi vista nuevamente hacia la Ka‘bah, esta vez para saludar a esa gran dama y a su hijo, y al resto de los profetas que yacían junto a la Casa de Dios, custodiándola, y manteniendo latente un significado más de todo lo que representa esta gran congregación que es el Hayy, y que seguramente no estaba compuesta solo por ritos corporales, sino que cada movimiento nuestro debía llevar implícito el verdadero sentido, el verdadero objetivo… ¡As-Salam-u ‘Alaika iâ Ismâ‘îl! ¡La paz sea sobre ti, oh profeta de Dios, para quien Dios hizo brotar la fuente de Zamzam! ¡La paz sea sobre ti, oh quien de cuya descendencia Allah dispuso al Sello de los Profetas, al señor de los Enviados, Muhammad –las bendiciones y la paz de Dios sean sobre él y su familia-, respondiendo así a la súplica de tu padre: «¡Oh, Señor nuestro! Haz surgir de entre ellos un Profeta que les recite Tus aleyas, y les enseñe el Libro y la sabiduría y les purifique…» ¡La paz sea sobre ti y sobre tu padre Ibrâhîm el amigo de Dios, y sobre tu hermano Ishâq (Issac), el Profeta de Dios! ¡La paz sea sobre ti sobre todos los Profetas que se encuentran sepultados en este territorio bendito y ennoblecido! ¡La paz sea sobre ti y sobre tu madre pura y paciente…! Que Allah nos resucite como parte de vuestro grupo, bajo el estandarte de Muhammad –las bendiciones y la paz sean sobre él y su familia-…

Regresamos al hotel para descansar, puesto que nos sentíamos agotadísimos. A la mañana siguiente nos levantamos completamente renovados, con las ansias de aprovechar lo más posible nuestra estadía allí, de visitar los lugares sagrados y de realizar actos meritorios. Es de hacer notar que los hermanos que habían sido designados para atender y dirigir a los peregrinos en los hoteles iraníes o durante los actos de la Peregrinación, realmente demostraron concretar los numerosos dichos narrados sobre la importancia de atender y ayudar a los demás peregrinos. Muchas veces son personas respetuosas y de altos cargos en Irán que durante esos días se entregan a la atención de los peregrinos, solo por obtener la complacencia de Allah. Hasta nos agradó ver cómo se habían esmerado incluso en decorar el comedor del hotel todo de blanco, para realzar el ambiente y adecuado a la vestimenta que nos cubría, puesto que las mesas, las sillas, las cortinas y hasta los utensilios eran blancos.



Debido a que todavía nos quedaban varios días hasta los actos del Hayy, aprovechábamos de lleno nuestros días allí, y es así que cada día temprano nos dirigíamos a Masyid-ul Harâm, acompañándonos siempre en nuestro camino hacia ella las resecas montañas que nos mantenían en contacto continuo con la Época de la Revelación. De esta manera, cada día al llegar allí rezábamos dos ciclos (rak‘ah) de oración para saludar a la Mezquita (tahîiat-ul masÿid), leíamos bastante el Corán –puesto que es sabido que es preferible durante esos días, realizar la lectura completa de este Libro Sagrado en La Meca-, bebíamos en demasía agua de Zamzam, y de vez en cuando realizábamos un tawâf meritorio para nuestros padres, y cuando ya nos sentíamos agotados, nos sentábamos a descansar, y contemplábamos la Ka‘bah, que según las tradiciones, ese solo acto implica el perdón de pecados.



Tratábamos de rezar las oraciones obligatorias en comunidad (yamâ‘ah), contentos de poder participar de tan grandiosa congregación, todos juntos, hermanados en una sola voz: Al·lah-u Akbar (Dios es el más Grande), Lâ ilâha il·la Al·lah (No hay divinidad sino Dios), Muhammad Rasûl-ul·lah (Muhammad es el Mensajero de Dios)… Una voz que nos unía a todos, que nos hacía entendernos, a pesar de la variedad de idiomas que nos separaban. Ciertamente que establecer la oración comunitaria conforma la mayor demostración de fuerza, resistencia y unidad. La uniformidad en los movimientos, en las palabras, la coincidencia en las intenciones, y en los objetivos…
Estábamos todos allí, congregados en la primera Casa Sagrada que fuera construida desde el comienzo de la historia para guía de la humanidad. Esa Casa bendita de cuya sacralidad todas las religiones están informadas; que fuera construida sobre los cimientos de la naturaleza primordial del hombre (fitrah), para que fuera manifestación del Tawhîd, símbolo de unión y hermandad, y ejemplo de justicia y equidad.
Ninguna otra religión ni nación cuenta con semejante programa educativo, que abarque los diferentes ámbitos, devocional, educacional, moral, cultural, sanitario, económico, político, social… Por momentos pensaba en todo ello, en que el Hayy escondía un gran secreto, el que los musulmanes del mundo se conocieran entre sí y de esa manera estuviesen siempre enterados en forma directa de lo que ocurre en el mundo islámico, sin que hubiese necesidad de que escucharan las propagandas tergiversadas de los ajenos al Islam que por medio de su difusión malintencionada busca la desunión entre los sometidos a Dios. Encontramos en el libro Bihâr-ul Anwâr (T. 99, p. 33), que el Imam As-Sâdiq (P) dijo: “En el territorio de La Meca dispuso (Dios) que se congregasen (las gentes) desde el Oriente y el Occidente para que se conocieran entre sí y para que se conozca el legado del Enviado de Dios, y no caiga en el olvido…”.
El tawâf, el salât y el taqsîr, constituyen solo un aspecto del Hayy, pero esconden en sí algo más, puesto que si su único propósito hubiera sido la adoración individual, no hubiese sido obligatorio que todos vinieran de todos los rincones del mundo, aunque sea una sola vez en su vida, cada año, hasta el fin de los días, sea como fuere, aunque fuese sobre un “camello flaco”: «Y proclama la peregrinación a las gentes y vendrán a ti, de toda apartada comarca, ya a pie, ya cabalgando sobre macilentos camellos» (Corán; 22: 27). El hecho de que allí se reunieran personas de influencia de todo el mundo islámico… Sí, seguramente escondía objetivos y enseñanzas políticas y sociales importantes, puesto que si nuestro Noble Profeta Muhammad (BP), solo se hubiese atenido a realizar el tawâf y el salât, no hubiese tenido tantos enemigos. Fueron su política y cambios básicos los que lo llevaron a tantas guerras, esfuerzos y emigraciones.
Al ver a toda esa multitud a mi alrededor, cada uno ocupado en su adoración, algunos rezando, otros recitando el Corán, otros realizando el sa‘î, otros conversando unos con otros, indagando sobre sus países y costumbres, venían a mi mente pensamientos de ánimo y esperanza, de esfuerzo y hermandad, de unión y revolución. Sí, al ver toda esa multitud, imaginaba que con la cantidad que solo allí había, si solo ellos se unieran sinceramente, podrían acabar con los problemas de nuestros hermanos de Palestina, El Líbano, Afganistán…, puesto que el Corán nos ordenó alzarnos en defensa de los débiles.
Pero pronto me invadía la impotencia, porque cómo podría yo sola, despertar el corazón de todos ellos, cómo hacerles olvidar las disputas internas, a uno por uno, muchos de ellos diciendo que el Islam está separado de la política… ¿Es solo con la oración que el Profeta, nuestro mejor modelo, el mejor de la creación, logró implantar la fe islámica en los corazones? ¿o es que acaso tuvo que hacerse de la política para superar las barreras? «(¡Oh musulmanes!) ¿Qué os impide combatir por la causa de Dios y la de los indefensos; hombres, mujeres y niños que dicen: “¡Oh Señor nuestro! Sácanos de esta ciudad cuyos habitantes son opresores. Desígnanos de Tu parte un protector y desígnanos de Tu parte un socorredor”?» (Corán; 4: 75).

Mezquita de Yinn

Así pasamos esos días, conversando con hermanos de diferentes países, conociéndonos unos a otros, visitando lugares sagrados, como la Mezquita de Yinn (el Genio), en pleno centro mecano, donde descendió la Sûra Al-Yinn, «Di (oh Enviado): Me ha sido revelado que un grupo de genios me escucharon mientras recitaba el Corán. Dijeron, pues: “¡Por cierto que hemos oído un Corán admirable, que guía a la verdad, por lo que creemos en él y jamás atribuiremos ningún copartícipe a nuestro Señor…”»

Mezquita de Bilal en la Montaña de Abû Qubais

Además, en La Meca hay dos mezquitas más que se remontan a la época del Enviado de Dios (BP): la de Râiah, donde se clavó la bandera del Islam el día de la Conquista de La Meca, y la de Bilâl, que se encuentra sobre la Montaña de Abû Qubais, donde aconteció el suceso de Shaqq-ul Qamar (la partición de la luna). Esta montaña se encuentra a continuación de la de Safâ, y es también allí que se encuentra el cementerio de Fajj[xi].

Cementerio de Abû Tâlib o Huyûn

También visitamos el Cementerio de Abû Tâlib, el cual constituye el primer cementerio de la historia del Islam, llamado también Huyûn o Yannat-ul Mu‘al·lâ, ubicado a una distancia de alrededor de un kilómetro de Masyid-ul Harâm, encerrado hoy en día en el corazón de La Meca, y considerado, después del cementerio de Al-Baqî‘ en Medina, la más honorable morada de sepulcros, adonde el Enviado de Dios (BP) solía dirigirse reiteradamente. Allí se encuentran enterrados ‘Abd-u Manâf, ‘Abd-ul Muttalib y Abû Tâlib, bisabuelo, abuelo y tío del Profeta respectivamente, llamado aquel último “el creyente de Quraish”, quien apoyara y defendiera al Enviado de Dios (BP) con sus palabras e influencia; también está sepultado allí Qâsim, el hijo del Profeta; según algunas versiones Âminah bint Wahab, la madre del Profeta –aunque lo más probable es que haya sido enterrada en Abuâ’, entre La Meca y Medina-; Jadîyah Al-Kubrâ, la más querida de las esposas del Profeta, la primera y la única mientras ella vivió, la madre de todos los hijos del Profeta (BP), la mujer más hermosa, noble y virtuosa de Quraish, y según el Enviado de Dios (BP), una de las cuatro mejores mujeres del Universo, junto a Fâtimah, su hija, a María, la madre de Jesús (P), y a Asiah, la esposa del Faraón. Jadîyah, la primera musulmana, a quien Dios enviaba Sus saludos y las albricias del Paraíso a través de Gabriel y el Profeta, a quien el Enviado de Dios, tras su muerte, continuamente recordaba y por quien lloraba. De vez en cuando sacrificaba una res y repartía su carne entre las amistades de Jadîyah, manteniéndola así continuamente en su recuerdo. Ella no sólo fue su esposa, sino su compañera, su protectora, su auxiliadora, puesto que puso a su disposición todos sus bienes por la causa del naciente Islam, y que fueron de menester durante los tres años de boicot económico impuesto a los musulmanes por los idólatras de La Meca. Dios Altísimo alejaba muchas de las penurias del Profeta a través de Jadiyah. ¡As-salâm-u ‘alaiki iâ ummul mu’minîn! ¡La Paz sea contigo, oh madre de los creyentes!
También yacen junto a ellos algunos grandes sabios y muchos creyentes, pero lo que me sorprendió enormemente fue ver el estado de abandono en el que se encuentra este bendito lugar que guarda en sí sagradas personalidades de la historia del Islam. Por un lado no se nos permitió a las mujeres ingresar al cementerio, y por otro, según lo que pude observar desde afuera, las tumbas solo estaban delimitadas por rocas, sin que ni siquiera estuviese escrito sobre ellas el bendito nombre de estas grandes personalidades. No pude ver ni un solo mausoleo levantado en señal de respeto a quienes allí yacían, sino que ello más se asemejaba a una ruina prolijamente delimitada.
Maktab Mekkah al-Mukarramah - Lugar donde nació el Noble Profeta (BP)

Otra de las reminiscencias sagradas que existían en La Meca y que hoy se conoce como Maktab Mekkah al-Mukarramah, es el lugar de nacimiento del Enviado de Dios (BP). La casa de Hadrat Jadîyah y el Profeta –lugar donde nació Fâtimah Az-Zahrâ’, lugar de descenso de Gabriel (P), lugar de descenso de la revelación, la misma casa donde los idólatras de La Meca intentaron asesinar al Profeta, por lo que ‘Alî durmió en su lecho mientras el Profeta emigraba a Medina-, ubicada al noroeste de La Meca, fue destruida. También fue destruida la casa de Umm Hânî –hermana del Imam ‘Alî- desde donde partió el Profeta (BP) en la noche del Mi‘rây (ascensión a los cielos); así también la casa de Arqam, a la cual el Profeta designó como refugio de los musulmanes tras tres años de prédica oculta, y muchos se hicieron musulmanes allí. También el santuario de los mártires de Fajj y el lugar donde el Enviado de Dios (BP) explicó las normas y rituales del Hayy, en ‘Arafât.


Continuará…




Maqâm Ibrâhîm
[i] Maqâm Ibrâhîm: Pequeño recinto o celdilla, cubierto de vidrio, ubicado a una distancia de alrededor de 13 m. de la Ka‘bah, que encierra una pieza de piedra en la cual se encuentran grabadas las huella de los pies de Hadrat Ibrâhîm Al-Jalîl (P). Se transmitieron tres versiones sobre cómo fue que quedaron grabadas sus huellas en dicha piedra: 1- En el momento de construir la Ka‘bah y elevarse sus paredes, Ibrâhîm no podía alcanzar la parte superior, por lo que Ismâ‘îl le alcanzó dicha piedra para que se parase sobre ella y continuara con la construcción de la Ka‘bah. Así, quedaron las huellas de sus pies grabadas en ella. 2- Cuando Ibrâhîm ffue ordenado por Dios a que invitara a la gente a la realización de la Peregrinación, Ibrâhîm dijo: “¡Señor mío! Mi voz no llegará a todos”. Dios le respondió: “Tú infórmales, y está en Mí el hecho de que tu voz llegue a todos”. Abraham se paró sobre la piedra y el maqâm se elevó a una altura superior a la de las montañas, y cuando informó a la gente, la piedra no lo soportó y los pies de Ibrâhîm se hundieron en ella. 3- La segunda vez que Ibrâhîm vino de Sham a La Meca para visitar a Ismâ‘îl y a Hayar, la esposa de Isma‘îl trajo una piedra para que Abraham se parara sobre ella y lavara su cabeza. Al pararse sobre ella, se hundieron sus pies en ella quedando sus huellas allí. Algunos suponen que Hadrat Ibrâhîm se paró sobre ella en las tres ocasiones mencionadas.
Croquis que muestra la linea marrón en el piso [Numero 13]
[ii] Hoy en día esta línea de mármol marrón fue quitada .

Hayar-ul Aswad
[iii] Hayar-ul Aswad: Es una piedra de forma oval, un poco más grande que la cabeza humana, de color negra, y enmarcada con un círculo de plata, que está ubicada en el ángulo oriental de la Ka‘bah, y es el punto de partida y final del tawâf.
Se transmitió del Imam Al-Bâqir (P) que hay tres piedras que fueron traídas a la Tierra desde el Paraíso: la piedra del maqâm de Ibrâhîm, la piedra de Banî Isrâ’îl que se encuentra en Bait-ul Muqaddas (Jerusalén), y la Piedra Negra, que al principio era de color blanco, pero tras ser tocada por los incrédulos de la Época de la Ignorancia, se volvió negra.
Se transmitieron diversas narraciones acerca de esta piedra: se dice que primero era un ángel que descendió a la Tierra en forma de cuerpo sólido (de la misma manera que el báculo de Moisés (P) primero era un cuerpo sólido y luego se convirtió en forma de serpiente), y esta piedra, en el Día de la Resurrección se manifestará en la forma de un testigo (shâhid) del reconocimiento de la gente de la unicidad de Dios, y es por ello que los Peregrinos, cuando en el momento del tawâf llegan a ella, dicen: “amânati addaituha”: “(Sabe que) he cumplido con mi pacto (de Unicidad)”. También se transmitió que esta piedra representa la mano de Dios en la Tierra, y tocarla o besarla es como dar la Bai‘ah o juramento de fidelidad a Dios.

Hiyr Ismâ‘îl 
[iv] Hiyr Ismâ‘îl: Pared en forma de un semicírculo con una elevación de 1.30 m., unida a la Ka‘bah por la parte nórdica de la misma. Allí se encuentra el sepulcro de Ismâ‘îl, de su madre Hayar y de muchos profetas. En el momento del tawâf el peregrino debe rodear Hiyr Ismâ‘îl, de forma que éste quede dentro de la circunvalación y no pasar entre la Ka‘bah y el mismo.
Canaleta de la Misericordia
[v] Canaleta de la Misericordia: Canaleta de oro, ubicada en la parte superior de la Ka‘bah, por el lado de Hiyr Ismâ‘îl. Es lugar de descenso de la misericordia, y de arrepentimiento, y donde la súplica es respondida.

[vi] Multazam: Se encuentra entre la Piedra Negra y la puerta de la Ka‘bah, y es un lugar para suplicar y pedir perdón a Dios.
Mustayâr
[vii] Mustayâr: Parte de la pared sur de la Ka‘bah. Es preferible que el peregrino frote sus manos por el mustayâr, pase su rostro y su cuerpo allí y se arrepienta y pida perdón por sus pecados. El mustayâr es la parte de la pared de la Ka‘bah que, en el momento del nacimiento del hijo de la Ka‘bah, el Imam ‘Alî (P), se abrió, por orden de Dios, para que ingresara su madre Fâtimah bint Asad y diera a luz a su hijo allí.

[viii] Hatîm (lit. “triturado”): Está ubicado entre Hayar-ul Aswad y la puerta de la Ka‘bah, y significa “despojarse de los pecados”. Se transmitió del Imam As-Sâdiq (P) que el Hatîm es el mejor lugar sobre la Tierra, y que es allí donde Dios Todopoderoso aceptó el arrepentimiento de Adán (P), el Padre de la Humanidad. Es preferible realizar las oraciones allí, y es llamado Hatîm porque allí la gente se empuja y se esfuerza por tocar la Piedra Negra.

[ix] Rukn Iamânî: Es el ángulo sur de la Ka‘bah. El Imam As-Sâdiq (P) dijo: “El Rukn Iamânî es nuestra puerta, a través de la cual nosotros ingresamos al Paraíso”.

Zamzam
[x] Zamzam: Nombre de un pozo de agua cerca de la Ka‘bah, que surgió, por orden de Dios, bajo los pies de Ismâ‘îl, cuando éste era un niño. Es un agua bendita y causa de curación.
Cementerio de Fajj
[xi] Fajj: Lugar, a unos 8 Km. de La Meca, donde fue martirizado Husain ibn ‘Alî, conocido como Sâhib Al-Fajj. Es uno de los descendientes del Imam Al-Muytabâ, y que se contaba entre los Compañeros del Imam As-Sâdiq (P). Se levantó en contra del Califa Abbasida Mûsâ Al-Hâdî, siendo martirizado junto a cien de sus compañeros, el día 8 de Dhûl Hiyyah del año 129 de la Hégira, en tanto que los compañeros de Husain eran alrededor de seiscientas personas, y el ejército del enemigo sumaba más de cuatro mil.

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