miércoles, 1 de diciembre de 2010

La historia de la Mubâhalah

La historia de la Mubâhalah[1]

Por Sumeia Younes

Con la Conquista de La Meca y la destrucción de los ídolos, el Islam se fortaleció en la Península Arábiga, expandiéndose rápidamente, y la ciudad de Medina fue testigo del ingreso diario de diferentes delegaciones, que en representación de los clanes vecinos y de otras religiones que habitaban el Hiÿâz, anunciaban su alianza y fraternidad al Mensajero de Dios (s.a.w.) y a los musulmanes. Estas idas y venidas llegaron a intensificarse en Medina de tal manera, que ese año fue llamado “el Año de las Delegaciones” (‘Âm al-wufûd). Entre éstas, se encontraba la delegación de Naÿrân (Wafd-u Naÿrân), que estaba compuesta por varios dirigentes cristianos de Naÿrân.

Los narradores de hadices tanto shias como sunníes, en forma general o específica, transmitieron esta historia en los libros de biografía, historia y narraciones, siendo quizás la narración más abarcadora y al mismo tiempo la más resumida respecto a este tema, la del fallecido Al-Tabarsî, en I‘lâm al-Warâ. Procedemos a traducirla en forma compendiada:
La delegación de Naÿrân era un grupo constituido por diez personas de entre sus notables, y estaban presididos y dirigidos por tres personas, una de las cuales era el lugarteniente, otra era el Seîied, cuyo nombre era Aiham y era en quien se amparaban y apoyaban en estos asuntos, y Abû Hârizah, que era el arzobispo, para quien los emperadores de Roma habían construido iglesias.
Cuando se dirigían a Medina, Abû Hârizah había hecho montar a su hermano Karaz -o Bishr- a su lado -en una especie de cesta que se ubicaba a cada lado de la mula-, y mientras andaban, la mula se desplomó en el piso y Karaz -o Bishr- al ver todas las dificultades e incomodidades del viaje que soportaban para poder ver al Profeta del Islam, en tono de sarcasmo dijo: “Que la aniquilación sea con ese hombre alejado de la bendición y la dicha”, refiriéndose al Profeta (s.a.w.).
Abû Hârizah, al escuchar sus palabras, indignado dijo: “¡Que tú seas aniquilado!”. Dijo: “¿Por qué, hermano?”. Abû Hârizah respondió: “Porque, ¡por Dios que él es ese mismo Profeta que estamos esperando!”. Él, con asombro le preguntó: “¿Y entonces por qué no lo sigues?”. Abû Hârizah dijo: “Esta posición y categoría que esta gente nos otorgó, me impide seguirle, puesto que si lo hago, ellos no me seguirán más”, pero finalmente, cuando llegó a Medina, se hizo musulmán a través del Profeta.
Llegaron a Medina al atardecer, ingresando a la ciudad vistiendo suntuosos ropajes de brocado, y engalanados con anillos de oro, con una pompa y extravagancia que hasta entonces no se había visto en la ciudad de Medina, pero cuando se presentaron ante el Profeta del Islam (s.a.w.) y lo saludaron, vieron que el Profeta volvió su rostro y no les respondió el saludo, ni tampoco les habló.
La delegación mencionada, que con anterioridad ya se había conocido con ‘Uzmân ibn ‘Affân y ‘Abdurrahmân ibn ‘Auf, se dirigió ante ellos y dijo: “Vuestro Profeta nos escribió una misiva, y cuando vinimos ante él no nos respondió el saludo ni nos habló. ¿Qué debemos hacer?”.
Aquellos dos, para investigar el asunto y encontrar una solución, se dirigieron hacia ‘Alî ibn Abî Tâlib (a.s.) y le dijeron: “¡Oh Abûl Hasan, ¿tú qué piensas que se debe hacer?”.  ‘Alî (a.s.) respondió: “Pienso que si ellos se despojan de sus suntuosas vestiduras y se quitan esos anillos de oro de sus dedos, el Profeta los aceptará”. Y ocurrió que cuando se quitaron las vestiduras y los anillos de oro y se presentaron ante el Profeta (s.a.w.), les respondió el saludo y luego dijo: “Juro por Aquél que me envió con la Verdad, que la primera vez que vinieron a mí, Shaitân se encontraba junto a ellos”.
Luego, para indagar, formularon algunas preguntas al Profeta, entre las cuales está la que el Seîied le hizo: “¡Oh Muhammad! ¿Qué dices respecto al Mesías?”. Respondió: “Él es el siervo y Mensajero de Dios”. Pero el Seîied no aceptó sus palabras y puso objeciones, de forma que descendieron al Profeta, al respecto, las aleyas de la Sura Âl ‘Imrân -desde la primera aleya hasta la número setenta aproximadamente-, entre las cuales, está la siguiente, en la que Dios responde a sus palabras así:

﴿ إِنَّ مَثَلَ عِيسَى عِندَ اللّهِ كَمَثَلِ ءَادَمَ خَلَقَهُ مِن تُرَابٍ ثُمَّ قَالَ لَهُ كُن فَيَكُونُ
«Por cierto que el ejemplo de Jesús ante Dios es como el de Adán, a quien Él creó de tierra; luego le dijo: “¡Sea!”, y fue».[2]


Entre estas aleyas se encuentra la orden dada al Profeta de realizar la “Mubâhalah”:

﴿ فَمَنْ حَآجَّكَ فِيهِ مِن بَعْدِ مَا جَآءَكَ مِنَ الْعِلْمِ فَقُلْ تَعَالَوْاْ نَدْعُ أَبْنَآءَنَا وَأَبْنَآءَكُمْ وَنِسَآءَنَا وَنِسَآءَكُمْ وَأَنْفُسَنَا وَأَنْفُسَكُمْ ثُمَّ نَبْتَهِلْ فَنَجْعَلْ لَعْنَتَ اللّهِ عَلَى الْكَاذِبِينَ

«Pero quienes te discutan acerca de ella, después de haberte llegado el Conocimiento, diles: “¡Venid! Convoquemos a nuestros hijos y a los vuestros, a nuestras mujeres y a las vuestras; a nosotros mismos y a vosotros mismos; luego imprequemos para que la maldición de Dios caiga sobre los embusteros”».[3]

De esta manera, el Profeta del Islam, por orden de Dios, convocó a los cristianos de Naÿrân a realizar la Mubâhalah, y ellos aceptaron diciendo: “Mañana nos presentaremos para la Mubâhalah”. Tras ello, Abû Hârizah dijo a sus acompañantes: “Mañana, observad: si Muhammad se presenta a la Mubâhalah junto a sus hijos y familia, absteneos entonces de la misma, pero si se presenta con sus compañeros y seguidores, proceded a realizar la Mubâhalah”.


Al día siguiente, el Mensajero de Dios (s.a.w.) se presentó a la Mubâhalah mientras que llevaba de la mano a Hasan y a Husain; Fátima (a.s.) venía tras él, y ‘Alî caminaba al frente.
El lugarteniente y el Seîied, junto a Abû Hârizah, también se presentaron, y al ver al Mensajero de Dios (s.a.w.), Abû Hârizah preguntó: “¿Quiénes son los que están junto a Muhammad?”. Dijeron: “Aquél es su primo y yerno, aquéllos dos niños son los hijos de su hija, y aquella mujer es su hija, y son las personas más cercanas y más queridas para él”.
El Mensajero de Dios (s.a.w.) continuó andando, hasta llegar al lugar (especificado) para la Mubâhalah, donde se arrodilló[4]. Abû Hârizah, al ver eso, dijo: “¡Juro por Dios que Muhammad se sentó sobre la tierra de la misma manera que los profetas se sientan para realizar la Mubâhalah!”, y de esta manera se rehusó a realizar la Mubâhalah, diciendo: “Veo a un hombre que decididamente, está dispuesto a realizar la Mubâhalah, y temo que sea veraz en su demanda, y que antes de que transcurra un solo año no quede en el mundo un cristiano, y todos sean exterminados”, y tras ello se aproximaron al Mensajero de Dios (s.a.w.) y le dijeron:
“¡Oh Abûl Qâsim! Nosotros no realizaremos la Mubâhalah contra ti y estamos dispuestos a pactar y pagar la ÿiziah…[5]

Al-Tabarsî, luego de citar esto, menciona que Abû Hârizah se hizo musulmán a través del Profeta (s.a.w.) en el último día de su estadía en Medina.



[1] Duelo u ordalía que consiste en una mutua imprecación del castigo y la maldición divina sobre aquél que mintiera.
[2] Sura Âl ‘Imrân; 3: 59.
[3] Sura Âl ‘Imrân; 3: 61.
[4] En muchos libros de historia se relató que el Mensajero de Dios (s.a.w.) había especificado un lugar en las afueras de Medina para la Mubâhalah, y que un grupo numeroso de Muhâÿirîn y Ansâr se presentaron allí para observar el suceso.
[5] I‘lâm al-Warâ’, de Al-Tabarsî, t. 1, pp. 254-257. 

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