sábado, 7 de mayo de 2011

RELATO DEL MARTIRIO DE FATIMA AZ-ZAHRA (A.S.)



Traducido por Sumeia Younes




Breve relato sobre los últimos momentos de la pura y bendita vida de Fátima Az-Zahrâ’ –la paz sea con ella-:




Tras el fallecimiento del Mensajero de Dios (s.a.w.) se intensificaron la tristeza y dolor de Fátima (a.s.), enfermándose gravemente por lo que le tocó vivir al ser atacada su casa por parte del aparato gobernante y ser presionada entre la pared y la puerta; por el aborto de su hijo Mohsen (a.s.); por su costilla quebrada, y por la usurpación de sus tierras de “Fadak”.


Fue así que se sucedieron las enfermedades sobre la hija del Profeta (s.a.w.), y la tristeza consumió su débil cuerpo hasta llegar a desfallecer sus fuerzas.


La muerte se dirigió hacia ella presurosa, en tanto se encontraba en su lozana juventud. Y llegó el turno del cercano encuentro entre ella (a.s.) y su padre (s.a.w.), con cuya ausencia, también le había faltado su rebosante ternura.


Cuando se manifestaron para ella los signos de su partida de esta vida, requirió la presencia de Amîr al-Mu’minîn ‘Alî (a.s.), y le encargó su testamento, cuyo contenido era:


Que ocultara de las miradas su sagrado cuerpo en la oscuridad de la negra noche, y que no acompañara su cuerpo ninguno de aquellos que la habían maltratado. Asimismo le encomendó que tras sí se casara con su sobrina Amâmah, puesto que ella cuidaría a sus hijos, quienes eran los seres más queridos para ella.


Le encargó que ocultara el sitio de su tumba, para que ello conformase un símbolo de su enojo imposible de ser disimulado en el transcurso de las generaciones venideras...


Amîr Al-Mu’minîn (a.s.) se comprometió a realizar todo lo que le encomendó, y se retiró de su presencia mientras se encontraba sumergido en la tristeza y el desconsuelo.


El último día de su vida se manifestó ella expresaba alegría y contento, puesto que sabía que pronto se uniría a su padre (s.a.w.), después de haber aborrecido la vida tras él.


Se dirigió a sus hijos y los bañó, y les preparó comida suficiente para ese día. Luego, les ordenó a Al-Hasan y Al-Husein (a.s.) que salieran a visitar el sepulcro de su abuelo, en tanto los observaba con una mirada de despedida y su corazón se deshacía por la congoja y la emoción.


Al-Hasan y Al-Husein salieron mientras los sumía un torrente de pensamientos, puesto que sentían señales ocultas que los colmaban de pena y dolor. Entonces, la hija del Profeta (s.a.w.) se dirigió hacia Asmâ’ bint ‘Umais, quien la cuidaba y servía en su enfermedad, y le dijo: “¡Oh madre!”. Y respondió Asmâ’: “¡Sí, oh amada del Mensajero de Dios (s.a.w.)!”. Y le dijo: “Vierte agua para mí”. Entonces Asmâ’ le trajo agua con la cual realizó el baño ritual. Y la llamó por segunda vez: “Tráeme mis ropas nuevas”. Y Asmâ’ se las alcanzó.


Luego Az-Zahrâ’ la llamó nuevamente y le dijo: “¡Coloca mi lecho en medio de la casa!”.


Fue entonces que Asmâ’ se aterró, estremeciéndose su corazón, puesto que supo que la muerte se aproximaba a la hija del Profeta (s.a.w.).


Ella hizo lo que le pedía, y Az-Zahrâ’ se acostó sobre su lecho, situándose de frente a la Qiblah. Entonces, dirigiéndose a Asmâ’ con una tenue voz, le dijo: “¡Oh madre! Mi alma está a punto de ser tomada, y me he purificado, entonces, que nadie me descubra”.


Y comenzó a recitar aleyas del Sabio Libro hasta que su espíritu se desprendió del cuerpo, elevándose esa grandiosa alma hacia su Creador, para dirigirse al ansiado encuentro con su honorable padre (s.a.w.)...


Ello sucedió el 13 de Ÿumâdâ al-Awual del año 11 de la Hégira, y según otra narración, el 8 de Rabî ‘ az-Zânî del mismo año; y de acuerdo a otra narración, el 3 de Ÿumâdâ az-Zânî del mismo año.




Al-Hasan y Al-Husein -la paz sea con ambos- regresaron a la casa y se apresuraron a preguntar a Asmâ’ por su madre, y los sorprendió encontrarla inundada en lágrimas y llanto diciéndoles: “¡Oh mis señores! ¡Ciertamente que vuestra madre ha muerto! ¡Informad de ello a vuestro padre!”. Esta noticia les cayó como un rayo, y corrieron presurosos hacia su cuerpo, y Al-Hasan se arrojó sobre ella diciendo: “¡Oh madre mía! ¡Háblame antes de que mi espíritu se desprenda de mi cuerpo!”.


Y Al-Husein se echó sobre ella cubierto en lágrimas, diciendo: “¡Oh madre mía! ¡Soy tu hijo Al-Husein! ¡Háblame antes de que se desgarre mi corazón!”.


Asmâ’ los consolaba, y les pidió que se apresurasen hacia su padre y le informaran, por lo que ambos se dirigieron, empapados en lágrimas, hacia la Mezquita de su abuelo el Mensajero de Dios (s.a.w.), y cuando se acercaron a la Mezquita, elevaron sus voces con su llanto, y los recibieron los musulmanes, quienes, pensando que habían recordado a su abuelo, les dijeron: “¿Por qué lloráis, oh hijos del Mensajero de Dios? ¿Tal vez visteis el sepulcro de vuestro abuelo y lloráis porque le extrañáis?”.


Pero ellos corrieron hacia su padre y dijeron con su voz más elevada: “¡Ha muerto nuestra madre Fátima!”. Entonces Amîr Al-Mu’minîn (a.s.) se consternó y la dolorosa noticia hizo estremecer su cuerpo, y comenzó a decir: “¿Qué consuelo queda?, ¡oh hija de Muhammad! En ti procuraba el consuelo, ¿en qué lo hallaré después de ti?”.


Y se precipitó rápidamente hacia la casa mientras derramaba lágrimas, y cuando recayó su vista sobre el cuerpo de su amada, recitó:




A toda unión de dos amados le sobreviene una posterior separación


Y todo lo que queda después, fuera de ello, es poco...


Por cierto que perder a Fátima luego de Ahmad


Es un indicio de que no hay amado que perdure...





La gente corría de prisa desde todas direcciones hacia la casa del Imam (a.s.), mientras vertían lágrimas por la hija de su Profeta (s.a.w.). Con la muerte de Az-Zahrâ’ (a.s.) se volteaba la última página de la Profecía, y recordaban con su partida la ternura del Mensajero (s.a.w.) para con ellos, estremeciéndose la ciudad de Medina con los gritos y gemidos.


El Imam (a.s.) encargó a Salmân que dijese a la gente que ya era muy tarde esa noche para el entierro de quien fuera “parte del Profeta (s.a.w.)”… y la gente se dispersó.


Cuando ya hubo transcurrido la primera mitad de la noche, el Imam procedió a realizar el baño mortuorio al puro cuerpo, y junto a él se encontraban Asmâ’, Al-Hasan y Al-Husein, cuyos corazones habían sido invadidos por la congoja.


Luego de que la cubrió con su mortaja, ‘Alî llamó a sus niños –quienes no saborearían más la ternura de su madre- para que la mirasen por última vez... Y la tierra se agitó por la abundancia de sus gritos y lamentos, y tras finalizar la despedida, el Imam la cubrió completamente.


Cuando transcurría la última parte de la noche, y los ojos dormían y las voces estaban apagadas, le realizó la oración fúnebre, y pidió a Banî Hâshim y a sus más sinceros compañeros que transportasen el sagrado cuerpo hacia su último albergue.


Y no informó de ello a nadie más que a aquellos selectos de entre sus sinceros Compañeros y a la gente de su casa...


La divina y desgarradora procesión se dirigió así hacia un desconocido sitio seguida solo por un pequeño número… ‘Alî, Hasan, Husein, Zainab, Umm Kulzum… Abû Dharr, ‘Ammâr, Miqdâd, Salmân…


Tras despedirla en su sepulcro y verter sobre ella la tierra, ‘Alî se paró sobre el borde de la tumba mientras regaba su fresca tierra con las lágrimas de sus ojos, y pronunció su elogio fúnebre con estas palabras que representan su congoja y tristeza por esta desgracia demoledora:


“¡La paz sea contigo, oh Mensajero de Dios, de parte mía y de tu hija que se está situando en tu vecindad, y que fue presta en unirse a ti! ¡Oh Mensajero de Dios! Con la partida de tu amada hija mi paciencia se ha agotado y mi fortaleza se ha debilitado... solo hay consuelo en el hecho de seguir el ejemplo de lo hecho ante tu gran separación, y lo abrumador de la aflicción de perderte. Yo soy aquel que colocó tu cuerpo en la tumba, y tu alma se desprendió mientras tu cabeza se encontraba sobre mi regazo... «Ciertamente que somos de Dios y a Él retornaremos».


Ahora te estoy devolviendo el “depósito” que me habías confiado. Lo que había sido otorgado ahora está siendo tomado. En cuanto a mi tristeza, la misma será eterna; y pasaré mis noches desvelado hasta que Al•lâh me disponga en la morada en la que tú estás residiendo ahora. Ciertamente, tu hija te informará de cómo tu Ummah se unió para maltratarla. Recíbela preguntándole e infórmate sobre la situación...”



Y de esta manera, Amîr Al-Mu’minîn (a.s.) comunicó con estas palabras, sus quejas al Mensajero (s.a.w.), por la gravedad de las aflicciones que padeció su hija, insistiéndole que le preguntase a ella para que le informe de la opresión y los agravios que ella había soportado durante aquel corto período que le había tocado vivir tras su partida...


El Imam (a.s.) regresó a su casa desconsolado y triste, mirando a sus niños, quienes lloraban a su madre con un llanto amargo y desgarrador...



Así, entre los sepulcros de los Compañeros y esposas del Profeta (s.a.w.), permanece el sitio de su tumba desconocido hasta nuestros días, conformando un grito que hace templar a los corazones musulmanes vivos, y que enfatiza su enfado y desagrado eterno…



La paz fue con ella el día en que nació, el día en que murió y (lo será) el día en que sea resucitada y se presente en la planicie en la que se congregarán las almas el día de la Resurrección, y se oiga el clamor del Majestuoso Señor: “¡Oh gente de la Congregación! ¡Bajad vuestras miradas, puesto que ha llegado Fátima Az-Zahrâ’!”...


* * * * *

أعظم الله أُجورنا وأُجوركم بذكرى مصاب بضعة الرسول ( ص ) فاطمة ازهراء (ع)

A’dzama Al·lâh uÿûrana wa uÿûrakum bi dhikrâ musâbi bid’ati ar-Rasûl Fâtima az-Zahrâ’...

Que Al·lâh os otorgue y a nosotros una gran recompensa por recordar las aflicciones de quien fue “parte del Mensajero”, Fátima Az-Zahrâ’ (a.s.)...


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